viernes, 1 de septiembre de 2017

Laila



                El tiempo pasó demasiado rápido.
                Ha transcurrido medio siglo desde mi niñez.  Y ahora recuerdo el comienzo de los años sesenta con un cierto dejo de inquietud en el alma.  “Asesinaron a Kennedy”, titulaba el periódico en el atardecer.  La radio ya había anticipado la noticia en el comedor de mi casa. Una radio a válvulas con un mantel sobre su parte superior y arriba de ella cierto pequeño jarrón decorado de porcelana.
                La vida en ese entonces era un devenir. Un transcurrir de sucesos al que mirábamos asombrados desde nuestra posición neutral.
La edad nos impedía tomar parte; no estábamos ni a favor ni en contra de nadie.
A mí me gustaba mirarla  desde la vereda de casa mientras bordaba telas en el balcón. Era tan bella y tan deslumbrante que no me importaba nada.  Ni siquiera que hubieran asesinado a Kennedy en la ciudad de Dallas. Una cosa irrelevante y sin ninguna importancia.
Lo importante era ella, allí sentada en el balcón de su casa.
Aunque claro, tenía catorce años y yo apenas doce, y eso sí que tenía relevancia.
Muchas veces la miraba pasar rumbo al transporte público. Era una especie de ángel surcando la calzada. Algo inexpresable, algo que no se puede poner en palabras.  Llevaba uniforme de escuela religiosa. Se peinaba el pelo oscuro con rodete y cargaba con una multitud de carpetas, acaso alguna de ellas por completo innecesaria.
Dejaba un surco de luz cuando pasaba por mi casa.
Aquellos fueron años inaugurales. Años donde comenzaron a pasar cosas que jamás pasaron antes. Especialmente contigo. Con la falda escocesa y tableada y hasta con esos lentes, que tan bien te quedaban.
Mis amigos, como es natural, se burlaban de mí.
Ellos andaban en azarosas expediciones buscando aventuras en los suburbios del barrio. Cruzaban bañados y arroyos y atrapaban gigantescos insectos en las curtiembres que estaban a un costado de aquel Riachuelo contaminado.
Una vez uno de ellos me dijo de la manera sutil a la que acostumbraba:
–Ni siquiera conoces su nombre. ¡Sos un tarado!
Y yo tuve que aceptar que era cierto. Que ni siquiera sabía cómo se llamaba.
En aquel tiempo la TV en mi país se emitía en blanco y negro.
Me gustaba mirar por las noches los programas de noticias que nos enviaban imágenes de la ciudad de Washington. Todo era muy ceremonioso e impregnado de duelo. Había sido asesinado un presidente importante y la gente lloraba. Mirábamos la TV al cenar, un poco más tarde que mi padre llegara del trabajo. Y él era muy estricto en este tema.  Luego de la cena, cada uno a su cuarto a estudiar o descansar para mañana.
Pero yo  por las noches soñaba con su paso leve sobre la acera de mi casa.
Lo cierto es que hubo un baile el día sábado en la Asociación de Fomento del barrio. Y a mí me tocó concurrir con mi grupo de amigos, bien vestido y bien acicalado.
Sonaban los temas de Neil Sedaka en el altoparlante.
Había bastante cerveza y también carne asada. Y el humo de la parrilla, por momentos, invadía la pista de baile. Todo era excesivamente argentino y más tarde comprendí, junto con el paso de los años, que aquella era una realidad que a lo largo de mi vida nunca dejaría de acompañarme.
Luego pasó lo que tenía que pasar.
Ella bailó con un muchacho de unos quince años.
Había llegado a la reunión acompañada por su madre y eligió una mesa retirada del centro de la pista. Sin embargo, innumerables galanes se acercaron a invitarla. Y cuando bailó La Terza Luna,  lo hizo mejilla a mejilla con su acompañante, aunque de manera moderada, ya que todo era moderado en ése entonces.
Y yo terminé por aceptar lo que pasaba.
Deambulé por el salón sin demasiada convicción y debí sobrellevar la situación  de una manera estoica pero inquebrantable. Mis amigos me hicieron el aguante. Supongo que les debo haber dado un poco de lástima. Alguno realizó algún comentario y la gran mayoría prefirió callarse.
Aunque la verdad, es que aquella noche, en mi pequeñez, me sentí  grandioso.
Todavía era apenas un niño y ya me enfrentaba al desengaño. Lo hacía con mucha dignidad, tal como debe hacerse en la vida. Y  ahora que han pasado los años, aún me siento orgulloso de la manera en que enfrenté el dolor en aquel baile.
Luego el tiempo comenzó a pasar porque eso es lo único que hace.
Yo me enteré después que ella se llamaba Laila, y que  su padre era un comerciante libanés que había llegado al país cinco años atrás.
Laila acabó con su ciclo escolar y se mudó del barrio y ya no volví a verla bordar en el balcón nunca más. Por mi radio a válvulas, decorada en su parte superior con un jarrón de porcelana, comenzó  a sonar muy seguido el  grupo musical The Beatles y un nuevo presidente llamado Lyndon Johnson reemplazó al que había sido asesinado.
A mí me tocaba  asomar mi cabeza a las cosas del mundo. 
Estaba aprendiendo a vivir con algunas torpezas pero también con mucha intensidad. Los tiempos estaban cambiando y yo era la parte más joven del cambio.  Y entonces sentí un poco de vértigo en ese instante, cuando comprendí  todas las cosas enormes que seguramente habrían de pasarme.
Y entonces, con mi mejor sonrisa,  solo en la oscuridad del cuarto, puse un disco de Neil Sedaka y luego salí para encontrar a mis amigos en la calle. La luna se estaba haciendo dueña del cielo de la ciudad de Buenos Aires. Yo la miré con un  dejo de ternura y le prometí que de Laila jamás iba a olvidarme.


©2017

20 comentarios:

  1. Emotivo, referencial y con la dosis exacta de nostalgia. Lo leí dos veces, y creo que voy a volver a leerlo porque me da mucho placer sobre todo ciertos juegos de palabras . Fantástico!

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  2. Una historia fascinante acerca de esa edad maravillosa. Tiene mucha nostalgia y mucha poesía. Te felicito Nes.

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    1. Te agradezco el comentario Carlita. Un beso grande. Ya estamos en Septiembre. Pronto será primavera.

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  3. Este cuento pre-adolescente está cargado de una infinita ternura. Gracias Néstor, disfrute mucho su lectura.

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  4. No suelo comentar estas cosas, aunque contigo haré una excepción. Es un cuento que tiene mucho de autobiográfico y la ternura, supongo, surgió sola. Un beso.

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  5. Hola Néstor. Eso me pareció a mí, que era muy autorreferencial y que por eso la historia se desarrollaba con tanta fluidez, sin tropiezos ni esas cosas que se ven mucho cuando el que escribe "está inventando".
    Las sensaciones están escritas como son: sencillas y profundas. No hay ansia de cargar las tintas. Es más bien mostrar la cosa y lo que tiene de común a todos nosotros ese sentimiento que se está contando.
    Me gustó mucho porque me llegó mucho.
    Un abrazo grande

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    1. Gracias Simón. Qué alegría tenerte por aquí. Me pone muy feliz tu visita y el comentario. Un abrazo.

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  6. He sentido la misma tristeza que le pasó al niño en ese baile donde perdió su amor idealizado. Creo que es una tierna historia como ya te han escrito antes. Muy bueno Nestor. me gustó mucho.

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  7. Gracias Estela. Que bueno que te haya gustado. Te mando un cariño grande y que llegue hasta adonde te encuentras.

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  8. No es la edad lo que nos impedía tomar lado de las cosas, era otra época donde la media no envenenaba las neuronas como lo hace ahora. Amigo, tú has vivido con toda la intensidad deseada y tus escritos son pruebas de ello; éste no es la excepción. Brillante, sinceramente hermoso. Un abrazo, Néstor amigo, tan amado como admirado. SOFIAMA

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  9. Gracias mi corazón por tantos elogios. Viniendo de una persona de tu nivel literario me colma de felicidad tu comentario. Otro abrazo.

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  10. Una historia que anda por la orilla de la inocencia, está muy bien escrita. Disfruté de leerla. ANDREA.

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  11. Me encantas
    hay magia en tus palabras
    no es fácil encontrar gente que sepa escribir como Vos
    brindo con teé de tilo
    Mañana llega el huracán y mi alma tiembla de miedo

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    1. Gracias por tus palabras. Aquí, bebiendo un café cortado en un bar de Caballito, lo único que se me ocurre decirte es "¡Cuidate!"

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  12. Hola Néstor. Me gustó leerla
    Sobre todo porque recuerdo el hecho trágico del asesinato, en mi casa causó preocupación. Y porque comparto esos "amores desconocidos" como yo los llamo porque ya sea por falta de experiencia o timidez, no me animaba a dar el primer paso. Además la historia amena y bien narrada

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    1. Gracias Guille. La historia es muy autobiográfica. Y aproveché el asesinato de Kennedy para situarla en el tiempo más facilmente para el lector. Gracias por la visita. te mando un fuerte abrazo.

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  13. No pude escapar de la nube de nostalgia que me invadió al leer tu relato. Pero no estaba contaminada con tristeza sino con esa sensación que tenemos cuando decimos que se nos hace un nudo en la garganta. Tiempos felices se me ocurre pensar, cuando todo lo que podía pasar en el mundo era fascinante, cuando los amigos eran la humanidad entera, cuando entregábamos todo por conquistar una chica de catorce, cuando todo era posible y no tenía límites.
    Un abrazo, Néstor.
    Ariel

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    1. Gracias Ariel. Nos une una cuestión generacional (amén de otras cosas), de allí tu empatía con la historia. Ciertamente no teníamos límites.

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